Cuba:
Opositores y Disidentes
Por JESUS HERNANDEZ CUELLAR
Con la fundación en 1976 del Comité Cubano Pro Derechos
Humanos, de la mano de Ricardo Bofill y Gustavo Arcos Bergnes, nació
todo un movimiento de lucha cívica no violenta dentro de
Cuba que ha llegado a niveles insospechados en los últimos
años.
Este movimiento cobró fuerza a mediados de la década
de los 90 con el surgimiento de numerosas organizaciones defensoras
de los derechos humanos y de un fenómeno nuevo: los periodistas
independientes, gente que no tiene espacio en los medios oficiales
de la isla, controlados por el Estado, y envían sus artículos
al extranjero. Tanto por los activistas como por los periodistas
independientes, se sabe diariamente de las continuas violaciones
a los derechos humanos en Cuba.
Poco después del fortalecimiento de los grupos internos
de derechos humanos y de la prensa independiente, comenzó
un debate acerca de cómo llamar a estas personas. La prensa
internacional, las organizaciones internacionales de derechos humanos
y los gobiernos, decidieron usar el calificativo de disidentes.
En el exilio, hay opiniones diversas. Algunos señalan que
no todos los miembros del movimiento de derechos humanos son iguales,
por tanto califican a algunos de opositores y a otros de disidentes.
Los opositores, según ciertas fuerzas del exilio, son aquéllos
que presentan una actitud frontal ante el régimen. Los disidentes
son menos radicales y por lo general proceden del propio régimen.
Hay algo, por supuesto, de lo cual no puede prescindir un movimiento
de oposición, especialmente si ha luchado durante 43 años
frente a un enemigo descomunalmente preparado, cruel e inescrupuloso,
y además si esa oposición ha abogado incansablemente
por la unidad. Ese algo es visión política.
En honor a la verdad, la palabra disidente no tiene nada que ver
con el grado de radicalismo de una postura política. Más
bien define la procedencia. Uno disiente cuando era parte de algo
y se separa. Una vez separado de ese algo, la posición podría
ser tanto o más consistente que la de quienes siempre fueron
enemigos, en este caso, del régimen cubano. Si es así,
esas personas entran en el campo de la oposición.
En el caso de los países comunistas, se hizo una tradición
llamar disidentes a quienes presentaban un cierto grado de resistencia.
Estos eran los casos del científico soviético Andrei
Sajarov y su esposa Elena Bonner, del sindicalista polaco Lech Walesa
y del dramaturgo checo Vaclav Havel, por sólo mencionar algunos.
A nivel internacional, aparentemente, Cuba no ha sido la excepción
en cuanto al uso de la palabra disidencia.
La propia historia del anticastrismo tiene buenos ejemplos de esto.
Pocas personas han hecho más daño a Fidel Castro que
el periodista Carlos Franqui, el comandante Húber Matos y
el escritor Guillermo Cabrera Infante. Muy bien, pues de acuerdo
con el Diccionario Ideológico de la Lengua Española,
preparado por Julio Casares y respaldado por la Real Academia Española,
Franqui, Matos y Cabrera Infante fueron disidentes. También
lo fueron en su momento Andrés Nazario Sargén, líder
de Alpha 66, y los conocidos ex prisioneros políticos Mario
Chanes de Armas y Eusebio Peñalver. Lo fue inclusive el ex
presidente Carlos Prío Socarrás, quien ayudó
extraordinariamente a Castro y luego fue la figura principal de
la oposición.
En la actualidad, si tomamos como punto de partida lo ya inventado,
es decir el significado real de la palabra disidente, el joven médico
Oscar Elías Biscet, quien fue recientemente liberado de una
prisión en la isla y vuelto a encarcelar el 6 de diciembre
de 2002, no es un disidente. Nunca fue parte del aparato del régimen.
Simplemente, creó la Fundación Lawton de Derechos
Humanos, hizo una huelga de hambre, demandó pacíficamente
cambios hacia la democracia y fue a prisión.
El prestigioso poeta y periodista Raúl Rivero, sin embargo,
fue un comunista convencido y corresponsal de la agencia Prensa
Latina en Moscú. Si nos guiamos por el diccionario, Rivero
es un disidente. Pocos dudan, sin embargo, que el trabajo de oposición
que despliega con su pluma, es una de las pocas cosas de verdadero
valor que se hace hoy día contra Castro. El líder
del Movimiento Cristiano Liberación, Osvaldo Payá,
como Biscet, nunca fue parte del aparato. Quienes lo escuchamos
decir en un campo de trabajos forzados en Isla de Pinos, en 1969,
que nunca abandonaría Cuba ni su fe católica -algo
peligroso en aquella época-, sabemos que cumplió su
promesa. Por el diccionario, Payá no es un disidente, porque
nunca se separó del aparato ya que nunca perteneció
al mismo.
Tal vez lo que se desea definir es si las posiciones de ciertos
opositores internos coincide o no con la nuestra. Pero eso, también
en honor a la verdad, poco tiene que ver con las definiciones de
disidente y opositor.
¿Por qué los actuales opositores internos no son fusilados
o condenados a 30 años de cárcel como en la década
de los 60? Porque Fidel Castro depende hoy día, como nunca,
de la opinión pública internacional. Cierto, nunca
le importó la opinión pública, pero ahora sí.
Hace 20 años, los problemas de crédito, crisis económica,
asfixia social y derrotas políticas, se resolvían
con una simple llamada telefónica al camarada Leonid Brechznev.
En la actualidad, ese fabuloso respaldo no existe. Hace más
de 10 años que no existe.
La Unión Europea, aunque no prohíbe a sus empresarios
hacer negocios con Cuba, tiene suspendida la colaboración
económica (gratuita) con el régimen de Castro; Estados
Unidos, con todo el interés de ciertos empresarios por invertir
en la isla, no parece tener intenciones de suspender el embargo
comercial y crediticio en su totalidad; y las pocas empresas internacionales
dispuestas a hacer negocios allí saben que Cuba es un país
endeudado, sin posibilidades de pagar, y sin consumidores.
Las principales organizaciones internacionales de derechos humanos
como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Pax Christi,
la Sociedad Interamericana de Prensa y otras muchas, por otra parte,
han colocado al castrismo en una vergonzosa posición defensiva.
Si Castro vuelve a los 60, con fusilamientos y largas condenas,
sobre todo masivas, el poco espacio que tiene hoy día se
cerraría totalmente. El movimiento interno de derechos humanos
sabe esto, y no puede esperar a mañana para llevar adelante
su agenda. En política, las cosas se hacen cuando se puede
y en la medida en que se puede.
En realidad, la mejor definición para quienes dentro de Cuba
luchan pacíficamente por una sociedad democrática
con libertades y derechos, es la de activistas de derechos humanos.
Eso es lo que son. El movimiento que con paciencia, tenacidad y
bajo enormes presiones han sabido crear, es un movimiento en defensa
de los derechos humanos.
Sería más útil, sin dudas, concentrar el trabajo
de la oposición exiliada hacia el gran talón de Aquiles
del castrismo: la ausencia de libertades y derechos en Cuba. El
mundo y la propia nación cubana, ahora y dentro de 50 años,
agradecerían mejor que se trabajara en la divulgación
de los testimonios de las víctimas de Castro y de las posiciones
críticas de importantes figuras mundiales que ya no vacilan
en condenar a un régimen que nada tiene que ofrecer, un régimen
que ha hecho de la esclavitud de sus súbditos una razón
de Estado.
© CONTACTO Magazine
Publicado el 16 de febrero de 2002 - Editado el 15 de diciembre
de 2002
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