"En la presente crisis, el gobierno no es la solución; el gobierno es el problema". - Ronald Reagan durante el discurso de toma de posesión como presidente de Estados Unidos, el 20 de enero de 1981.
La inflación había llegado al 13.5 por ciento durante el gobierno del presidente Jimmy Carter. La tasa de interés impuesta por la Reserva Federal alcanzó el 21.5 por ciento en diciembre de 1980. La Guerra Fría estaba en pleno apogeo. La Unión Soviética invadió Afganistán en 1979; los radicales islámicos derrocaron al Sha de Irán ese mismo año y tomaron a 52 norteamericanos como rehenes. Con apoyo soviético y cubano, los sandinistas tomaron Nicaragua mediante una ofensiva guerrillera, también en 1979, y la guerrilla marxista del Frente Farabundo Martí amenazaba peligrosamente con tomar El Salvador hacia 1981. El desempleo, en 1980, se situó en siete por ciento. El mundo era de otra manera. Fue entonces que el electorado norteamericano decidió elegir como nuevo inquilino de la Casa Blanca a Ronald Reagan, actor de Hollywood, sindicalista y gobernador de California durante ocho años.
Los cambios no se hicieron esperar. Si bien durante sus primeros dos años de gobierno Reagan enfrentó una segunda recesión que elevó el desempleo por encima del 10 por ciento, casi a los 70 años de edad este carismático hombre de derechas emprendió una larga cruzada contra la crítica situación económica del país. Llevó a cabo una verdadera revolución, que los expertos llamaron el "Reaganomics". También puso mano dura al expansionismo soviético.
Al final de la jornada, entre 1981 y 1989, Reagan facilitó la creación de 20 millones de nuevos empleos; bajó la inflación de 13.5 por ciento en 1980 a 4.1 en 1988; bajó el desempleo de 7.6 por ciento a 5.5 por ciento, con más del 25 por ciento de los empleos para afroamericanos y casi la mitad para mujeres; el producto interno bruto de Estados Unidos aumentó 26 por ciento; las tasas de interés bajaron drásticamente de 21.5 por ciento en enero de 1981 a 10 por ciento en agosto de 1988.
En 1983, durante la Cumbre Económica del G7, muchos líderes
mundiales preguntaron a Reagan qué estaba haciendo para lograr estadísticas
tan impresionantes. Reagan relató a sus colegas que el secreto estaba
en reducir los impuestos, restaurar los incentivos para producir bienes y
crear empleos, y "sacar al gobierno del camino" para permitir el
desarrollo de la iniciativa ciudadana. "A partir de ahí -dijo
Reagan- el libre mercado operó como se supone que lo haga".
También durante su mandato, el Congreso aprobó el Acta de Control
y Reforma Migratoria, que Reagan apoyó y firmó en noviembre
de 1986. Cerca de tres millones de inmigrantes indocumentados legalizaron
su situación.
Al final de su gobierno, la Unión Soviética ya presentaba muchas señales de agotamiento. En 1989, poco después de que Reagan pidiera a viva voz en la capital alemana al líder soviético Mijail Gorbachov que derribara el Muro de Berlín, éste se derrumbaba a golpe de martillazos de una muchedumbre que buscaba desesperadamente la prosperidad y las libertades occidentales. En 1991, la propia Unión Soviética renunciaba a la ideología comunista, ante el desplome de su economía estatal centralizada, y se desintegraba como nación, por voluntad propia.
Ni el republicano George W. Bush ni el demócrata Barack
Obama, los dos últimos presidentes de Estados Unidos, parecen haber
aprendido mucho del legado de Ronald Reagan, el hombre que políticos
y periodistas llamaron "el gran comunicador". Hoy día, inclusive
en la década pasada, Estados Unidos ha necesitado con todo
rigor, la práctica de ese legado con la responsabilidad con que Reagan
sentó las bases de un futuro que ahora se ha convertido en un presente maltratado.
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