Lejos están los días en que el gobernador
de Puerto Rico, Juan Ponce de León, arribó a los alrededores
de lo que más tarde sería la ciudad de San Agustín,
en el estado norteamericano de Florida. Sucedió en el año
de 1513. Su viaje fue el preludio de una fuerte presencia hispana en
el suroeste de Estados Unidos, y finalmente en todo el territorio estadounidense.
Más cerca están las olas migratorias latinoamericanas que
hoy día pueblan este país desde Los Angeles, San Diego
y San José hasta Miami, Dallas, Chicago y Nueva York. Estas últimas
obligan a formular una pregunta importante: ¿por qué hay
más de 50 millones de hispanos en Estados Unidos?
La comunidad hispana que vive en este país constituye, en número,
la segunda concentración de hispanoparlantes del mundo, después
de México; es la mitad
de la población de México; más de 12 veces la población
de Puerto Rico; cinco veces la de Cuba, y dos veces la de Venezuela. Tiene
también casi 10
millones de habitantes más que toda la población de las siete
naciones centroamericanas (Guatemala, Honduras, Belice, El Salvador, Nicaragua,
Costa Rica y Panamá). En materia de poder adquisitivo,
según el Centro Selig de Desarrollo Económico de la Universidad
de Georgia, esa capacidad de los hispanos supera el billón de dólares
actualmente.
Nación poderosa y rica, Estados Unidos es una especie de síntesis del cielo y del infierno. Para los que creen que es el cielo, este país abrió sus brazos mucho más de lo que los cerró a millones de emigrantes de todo el planeta, gracias a su prosperidad y su enorme capacidad de revolucionar su desarrollo con inteligencia y trabajo duro. Para ellos, es también la tierra con mayores libertades fundamentales y oportunidades, una tierra que de alguna manera parece haber recibido una bendición especial. Para los que creen que es el infierno, Estados Unidos tiene la obligación moral de acoger a los pobres del mundo, porque mucha de esa pobreza la generaron las políticas económicas y de influencia territorial formuladas en Washington desde hace más de 200 años. Para ellos, no hay nada más parecido a un imperio que las estructuras de poder de Estados Unidos, mucho más fuertes e influyentes que las del Egipto de los faraones, el Imperio Romano, todas las dinastías chinas y las monarquías absolutas europeas que conquistaron medio mundo a partir del siglo XVI.
Cada una de las naciones, como la gente, lleva dentro de sí un poco de cielo y un poco de infierno. El punto es que los humanos huyen de la pobreza, de la corrupción y de la tiranía, y tienden a odiar y a alejarse de quienes los obligan a vivir en esas condiciones. Otros muchos suelen buscar niveles más altos de prosperidad, por eso, además de latinos, en Estados Unidos hay grandes concentraciones de asiáticos, inclusive japoneses y coreanos del sur, y europeos, entre ellos británicos, alemanes, franceses e italianos. También hay muchos canadienses y australianos.
Si el sentido de la política moderna es crear sociedades que
disfruten de grados respetables de bienestar en libertad, es lógico
que el ser humano emigre hacia las sociedades que han conseguido esa
fórmula de éxito y deje atrás la demagogia que conduce
al fracaso. Los latinoamericanos, por la cercanía geográfica
de Estados Unidos, han escapado hacia este país. Los africanos
del norte huyen hacia Europa. Pero este punto específico del bienestar
en libertad, es la esencia misma del debate sobre inmigración
entre los extranjeros que viven en países receptores de emigrantes.
Estados Unidos es uno de esos países, y además protagonista
de una antigua controversia, a veces muy violenta, respecto a cómo
organizar la sociedad.
Durante los últimos cinco años, por ejemplo, en medio del
debate sobre una futura reforma
migratoria y de una crisis económica nada agradable, sobre
todo los inmigrantes indocumentados la han pasado muy mal. Redadas en
fábricas, deportaciones, controles migratorios más rígidos
para las empresas, hostigamiento policial en ciertas ciudades, los han
llevado a un mundo de sombras mucho más oscuro. Sin embargo, no
se escuchan relatos de regresos masivos de esos emigrantes hacia sus
países de origen, como se han escuchado numerosos relatos de las olas
migratorias que, históricamente, se han desplazado hacia Estados
Unidos. ¿Por qué? Porque prima un sentimiento de esperanza
que en sus países de origen se ha perdido, un sentimiento de esperanza
que sólo se respira en las sociedades que viven sumergidas en
el bienestar y la libertad real. Aquí, las cosas sí podrían
cambiar. La reforma migratoria sí podría ser aprobada,
pronto. Si no se puede en 2012, por ser año electoral, quizás esa añoranza
reciba su luz verde en 2013. Hay antecedentes que confirman esa esperanza:
en 1986 se produjo otra reforma migratoria mediante la cual aproximadamente
tres millones de indocumentados recibieron permiso para vivir y trabajar
permanentemente en Estados Unidos.
El latinoamericano promedio, emigrante o no, desconfía
de sus líderes políticos y de las instituciones de su país.
Hacia octubre de 2008, algunos emigrantes compartían su desconfianza
de que a Barack Obama lo dejaran ganar las elecciones de noviembre. Luego
de la victoria de Obama, esos escépticos desconfiaban de que al
presidente electo se le permitiera tomar posesión de su cargo.
Estaban observando la realidad estadounidense con los ojos de la desesperanza
latinoamericana. La elección de Obama, su toma de posesión
y su desempeño presidencial, aun sin reforma migratoria y sin
solución inmediata a la crisis económica, son sucesos que han renovado
la esperanza de esos emigrantes y han despertado su sentido de que viven
en una realidad diferente.
No es un asunto de política, ni de ideologías, ni de nacionalismos.
Es más
bien un tema de matemáticas, porque si en algún lugar del
mundo hay que saber de números, de resultados específicos
para poder vivir, es en Estados Unidos.
Es por eso que los inmigrantes más críticos
de Estados Unidos, aquellos que sólo ven el lado del infierno,
también
han permanecido, a veces por muchos años, abrazados al beneficio
del bienestar en libertad, aquí. Ninguno de ellos tuvo la idea suicida
de ir a vivir a alguno de los países cuyos líderes proponían
una sociedad diferente, ni siquiera los actuales miembros de los Círculos
Bolivarianos del venezolano Hugo Chávez, que proliferan por las
grandes ciudades de Estados Unidos. Inclusive ellos, saben que no era
común en el Egipto de los faraones, Roma y las monarquías
europeas, encontrar a alguien parecido al ex gobernador de California, Arnold
Schwarzenegger, nacido en Austria, en un cargo de esa envergadura.
Tampoco era común ver a un político como el ex senador Mel
Martínez, nacido en Cuba y ya retirado, que ha sido
el único
miembro de la cámara alta estadounidense que no nació en
Estados Unidos. Ni a tantos legisladores y políticos de origen
mexicano y puertorriqueño en el Congreso federal y los gobiernos locales.
Nada se sabe de algún
debate en el Senado de Roma, para confirmar a una mujer de origen no
romano en la Corte Suprema, como ocurrió en 2009 con Sonia Sotomayor,
de origen puertorriqueño. Por supuesto, no era común en
aquellos imperios, que se permitiera a los representantes del enemigo
hacer activismo en los suelos imperiales, con toda libertad, contra las
ideas del emperador.
Pero al sur de la frontera, en México, unas 60 mil personas
han muerto en los últimos años víctimas, principalmente, de la violencia
desatada por el crimen organizado. Nada parece detener a los criminales,
ni siquiera el despliegue nacional de miles de soldados. En Venezuela,
sólo en 2009, se produjeron 19 mil 133 asesinatos con armas de fuego
y 16 mil 917 secuestros, según el Instituto Nacional de Estadísticas.
En lugar de emprender una cruzada contra el crimen, el gobierno de Chávez
prohibió al diario El
Nacional y a otros medios publicar
fotos de las víctimas.
Por todo ello, los hispanos que viven en este país
han aprendido algo importantísimo: Estados Unidos pudo construir
sus sólidas
bases políticas, económicas y sociales, porque no tuvo
miedo a la libertad, y porque sus habitantes siempre han vivido con la
certeza de que el trabajo es una fuente espectacular de prosperidad.
Fue así que Estados Unidos pudo superar la esclavitud y la segregación
racial, crueles epidemias, dos guerras mundiales, una "guerra fría" muy
caliente, por cierto, y la Gran Depresión. Hoy día, aun con desconfianza,
se tiene la esperanza de que Estados Unidos superará también la Gran
Recesión. Sólo
los que han tenido algo que ocultar, de uno u otro bando, han temido
a la libertad. Sólo los que han querido aprovecharse del prójimo,
de uno u otro bando, han negado que el trabajo sea una fuente espectacular
de prosperidad.
De tarea queda el histórico debate sobre las muchas formas de
organizar una sociedad hoy día, ante el ejemplo innegable de naciones
exitosas y estados fallidos. La influyente presencia
de la comunidad hispana en Estados Unidos, permanece como testimonio
del apego a ese bienestar en libertad.
(Hernández Cuéllar es director y editor de Contacto Magazine,
revista que fundó en julio de 1994 en Los Angeles, California. Ha
sido además redactor de la agencia EFE en La Habana, Cuba, San José,
Costa Rica, y Los Angeles, California, así como editor metropolitano
del diario La Opinión de Los Angeles e instructor de periodismo
de la Universidad de California en Los Angeles, UCLA --- Biografía).
ARTICULOS RELACIONADOS:
Obama Presiona por la Reforma Migratoria
Más sobre Inmigración y Reforma Migratoria
Los 10 Latinos Más Prominentes de Estados Unidos
Fiesta Latina - Contribuciones Hispanas a Estados Unidos
Sucesos
de una Década (2000 - 2009)
La Peor Década, según
Encuesta
Portada Digital de Contacto
Magazine
Inmigración - Café Impresso - Fiesta Latina - Negocios - Calendario de Eventos - Directorio Comercial Clasificado - Publicidad en Internet - BizNews (English) - Computer News
REPORTAJES ESPECIALES |
Durante muchos años se ha desarrollado un curioso debate sobre la identidad de las personas de origen hispánico en Estados Unidos. Algunos aplican a estos grupos la etiqueta de hispanos, otros los llaman latinos. Una encuesta nacional del Centro Hispano Pew revela que la mayoría de estas personas, 51 por ciento, se identifica a partir del país de origen de su familia; sólo 24 por ciento prefiere ser catalogado por sus raíces étnicas. Hispanos en el Cine y la TV de Hollywood Era la década de 1920, cuando el cine era todavía
silente. En Hollywood, por esas fechas, ya había aparecido el primer
latino frente a las cámaras. Se llamaba Antonio Moreno. En 1950, José Ferrer
se convierte en el primer latino en ganar un Oscar, por su trabajo en Cyrano
de Bergerac; en 1952 y 1956, Anthony Quinn gana dos estatuillas como mejor
actor de reparto; en 1950, Desi Arznar es el primer hispano en la televisión
de Estados Unidos; en 1962, Rita Moreno se convierte en la primera latina
en ganar el Oscar. Luz María Escamilla llegó a
Estados Unidos en 1980 con siete meses de embarazo de su segunda hija.
Es originaria de Guanajuato, México, y antes de venir había
estudiado un año administración de empresas en la Universidad
de Michoacán. Cuando Roberto Goizueta fue nombrado presidente
y director ejecutivo de la Coca-Cola en 1981, los cubanos radicados en
Estados Unidos lo asumieron como un símbolo del éxito empresarial
de su comunidad, en el país más poderoso del mundo. Shakira, Juanes, Kike Santander, Sofia Vergara, Patricia Janiot y Más Hijo de un asesor importante de la Organización de Estados
Americanos (OEA) y nieto de un embajador de Colombia en Estados Unidos, Dan
Restrepo pensó que el peso de sus ancestros no le permitía
mucho margen para abrirse paso en la carrera política. No fue así.
Hoy día es el director para asuntos del Hemisferio Occidental del
Consejo de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama y asesor especial
del mandatario estadounidense. La actriz cubanoamericana Eva Mendes es hoy día una
de las intérpretes más populares del cine de Hollwyood. Entre
sus filmes más conocidos están 2 Fast 2 Furious, Hitch,
Training Day, We Own the Night and The Spirit. De padres cubanos,
Mendes nació en Miami, Florida, el 5 de marzo de 1974, pero creció en
Los Angeles.
|