Lo Que Tengo o Lo Que Soy
La riqueza ha sido desde los tiempos bíblicos, un tópico polémico.
Su distribución en la sociedad, lo ha sido aún más.
La realidad es que, de una forma u otra, la riqueza ha sido el motor impulsor
del progreso científico, tecnológico, cultural y de calidad
de vida de muchas naciones. La actual crisis económica, en medio de
la cual la codicia ha ocupado el centro del escenario, ha hecho pensar a
muchos que el mundo podría cambiar pronto. Cuando una sociedad valora
a sus miembros, mucho más, por lo que tienen y no por lo que son, algo
podría andar muy mal.
Recuerdo con mucha precisión una entrevista que hice a finales de 1987 a Facundo Cabral, en la que el popular trovador argentino me dijo: "Che, he conocido a ricos muy buena gente y a pobres muy hijos de puta". Frase lapidaria. Por supuesto, Facundo me contó también que había conocido a ricos muy mala gente, y a pobres maravillosos.
El punto es que la riqueza individual no parece tener relación alguna con el tema de si alguien es buena o mala gente. Tiene una relación mucho más estrecha con el poder. Pero no es el poder en sí mismo. Es una plataforma para llegar al poder, al control de la sociedad. Quienes hemos vivido bajo otras fórmulas de poder, fórmulas que son inclusive enemigas de la riqueza, lo sabemos.
A finales del siglo XIX, el peor enemigo de la propiedad
privada, el filósofo
alemán Carlos Marx, fundador del comunismo, expresaba que el capitalismo
llevaba "dentro de sí el germen de su propia destrucción". ¿Se
refería Marx a la codicia, al desorden de una economía no planificada?
No pudo prever Marx que su criatura, el comunismo, parecía llevar
dentro de sí un germen más destructor aún: el poder
desmedido, ilimitado de la autoridad pública. La prueba es que el
comunismo, futuro de la humanidad para cierta gente, murió primero.
Hay gente que valora a Bill Gates, el fundador de Microsoft y uno de los hombres más ricos del mundo, por su enorme fortuna personal de más de 40 mil millones de dólares. Otros lo admiran por haber encabezado gran parte de la revolución informática de nuestra época. Y otros porque Gates y su esposa Melinda, destinan anualmente centenares de millones de dólares para causas humanitarias como la lucha contra la tuberculosis y el sida. Gates es un caso excepcional, porque en él se juntan la riqueza, la invención y la filantropía.
Del otro lado de la moneda está el científico Albert Einstein, ganador del Premio Nobel de Física en 1921, autor de numerosas teorías e invenciones y símbolo de la inteligencia humana, que vivió y murió con absoluta modestia. Fugitivo de la Alemania Nazi perdió todas sus posesiones cuando huyó a Estados Unidos. El dinero que ganó con el Nobel, se esfumó durante la Gran Depresión. También está Tim Berners-Lee, creador de la World Wide Web en 1991, una de las grades revoluciones de la cibernética que permitió a la humanidad disfrutar de las páginas web. Berners-Lee no lucró con su invención, y hoy día trabaja para el gobierno de su país, Gran Bretaña, en el propósito de llevar el mundo de la informática a la red de una manera más amplia. Ni qué hablar del ícono moderno de la entrega al prójimo, la madre Teresa de Calcuta.
Entre los enemigos de la riqueza individual, están líderes que jugaron un papel crucial en la historia del siglo XX. El soviético Joseph Stalin, como Marx y su antecesor Lenin, abogaba por un mundo de obreros y campesinos, sin ricos. Pero entre hambrunas y purgas mató a más de 20 millones de sus obreros y campesinos. A su homólogo chino, Mao Zedong, otro defensor de los pobres, se atribuyen hasta 60 millones de muertos, también por matanzas y hambrunas. Todos pobres. Más bien, empobrecidos por Mao.
Lo importante en este umbral del siglo XXI, atascado en una crisis estúpida que fue motivada por la codicia de especuladores de las industrias financiera, bancaria, hipotecaria e inmobiliaria, es no confundir la gimnasia con la magnesia. Este capitalismo atolondrado que vivimos en el mundo desarrollado, que nos permite tener como fruto de nuestro trabajo un auto por cada miembro de la familia, uno o dos móviles y un teléfono de pared, computadoras e impresoras, comunicarnos con amigos y familiares vía correo electrónico, y vivir en casas confortables sean propias o no, está muy lejos de morir. Este capitalismo que nunca triunfó en los países de América Latina y otros continentes por la avaricia permanente de otros especuladores, la corrupción administrativa y la incapacidad de los políticos, es la única fórmula de bienestar que hemos conocido hasta hoy. Que haya funcionado bien para unas naciones y para otras no, es prueba de que ha triunfado como mecanismo de creación de riquezas. Cierto, no existirá para siempre. Algún día se transformará en otra cosa. Así ha sido desde que el hombre salió paso a paso de la Edad de Piedra.
Todo está en mantener a raya, en libertad y democracia,
a quienes valoran a sus semejantes por lo que tienen y no por lo que son.
A los que no pueden ver el mundo más allá de un signo de dólar.
Y también a los que quieren regresarnos al hoyo oscuro de Stalin,
Mao Zedong y de los seguidores de ambos, que por cierto, los hay blancos,
indígenas,
negros y tropicales.
(Hernández Cuéllar es director y editor de Contacto Magazine,
revista que fundó en julio de 1994 en Los Angeles, California. Ha
sido además redactor de la agencia EFE en La Habana, Cuba, San José,
Costa Rica, y Los Angeles, California, así como editor metropolitano
del diario La Opinión de Los Angeles e instructor de periodismo
de la Universidad de California en Los Angeles, UCLA --- Biografía).
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