Bernie Sanders habla ante un grupo de jóvenes en Des Moines, Iowa, en septiembre de 2015. Foto: Phil Roeder / Wiki Commons. .
Rechazos y Simpatías por el Socialismo
en Estados Unidos
JESUS HERNANDEZ CUELLAR
La izquierda y la derecha viven enfrascadas en un mar de acusaciones mutuas, sin explicaciones suficientemente claras de por qué merecen estar en el gobierno, mucho menos sobre la importancia de implementar o repudiar el socialismo.
Una ola juvenil, seguidora del senador Bernie Sanders, precandidato presidencial demócrata, se ha declarado simpatizante del llamado “socialismo democrático” en Estados Unidos, país ultracapitalista por excelencia. No sería descabellado empezar por el final, para que se entienda este debate no apto para fanáticos: proponer una nueva estructura socioeconómica y política para la economía más grande del mundo que sostiene sobre sus hombros a la nación más poderosa del planeta es una misión dificilísima, casi imposible. Pero no para ciertos sectores minoritarios, no para esos jóvenes que entran ahora a la vida política cargados de ideales, y más comprometidos que ninguna otra generación norteamericana con la tarea de no parecerse a sus padres. Las nuevas tecnologías, la vida digital con las redes sociales como reinas de su época y los móviles cada vez más inteligentes los han llevado a adquirir ese compromiso, acertado o errado.
Al escuchar los postulados de Sanders y otros socialistas sobre las ventajas de emprender políticas sociales audaces, los conservadores y no pocos demócratas e independientes han puesto el grito en el cielo. Unos y otros tienen propuestas para eliminar los demonios que carcomen ciertos puntos de la sociedad norteamericana, como la disparidad entre los costos de la vida y los ingresos de la familia, el actual sistema de salud basado en el sector privado, los altos costos de las matrículas universitarias, el cuidado del medio ambiente, la codicia y el poder extraordinarios de las grandes corporaciones y de Wall Street, el uso casi masivo de las armas de fuego, los problemas en la igualdad de género o los rezagos existentes de la discriminación racial.
Sin embargo, hay puntos importantes que los defensores del socialismo democrático han ignorado a la hora de exponer sus ideas. El primero es ignorar la razón por la cual hay un rechazo hacia la palabra socialismo en otros grupos que componen la sociedad norteamericana, grupos que acuden más a las urnas que los jóvenes y las minorías. Ignorar los argumentos contrarios es el camino más corto para el fracaso, en ambas lados del espectro político. Esos grupos de otras edades se forjaron, casi todos, en medio de la larga y peligrosa Guerra Fría, cuando el enemigo principal de Estados Unidos era una potencia comunista, férrea dictadura totalitaria, con armas nucleares, cuyo nombre oficial era Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), también conocida como Unión Soviética.
Actualmente, lejos de la Guerra Fría, otros gobiernos enemigos de Estados Unidos más o menos reconocidos como tales, se declaran abiertamente socialistas. Estos son los de la República Popular China, la República Popular Democrática de Corea (norte), la República Socialista de Vietnam, Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Nicolás Maduro, acusado de encabezar una dictadura socialista en Venezuela, que desde su antecesor Hugo Chávez se declaró enemiga de Washington.
Todos estos gobiernos son, sin duda alguna, dictaduras. Pero, además, con excepción moderada de China y Vietnam, que se abrieron a la economía de mercado, casi todos viven en precarias condiciones económicas debido al sistema socialista de economía centralizada en manos de Estados todopoderosos. De hecho, Estados Unidos está lleno de refugiados de esos países que huyeron de la dictadura y de la miseria.
Cuando este es el panorama que está ante nuestros ojos, los partidarios del socialismo democrático en Estados Unidos están obligados a explicar con suficiente claridad, que su socialismo no tiene nada que ver con lo anterior. Si no lo hacen, el temor al socialismo nunca se disipará.
Consciente del fracaso mencionado en esos países, Bernie Sanders, testigo del derrumbe de sus ideales juveniles a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989 y de la desintegración de la Unión Soviética en 1991, tomó como referencia otro sistema: el llamado Estado de Bienestar General que reina en Europa, especialmente en los países escandinavos, con impuestos muy altos y abundantes políticas sociales en manos de los gobiernos. Suecia y Dinamarca han sido dos referentes importantes para Sanders y sus seguidores. El senador de 77 años ha propuesto eliminar la enorme deuda de los préstamos a estudiantes y crear un sistema de Medicare, actual seguro médico para retirados, que proteja a todos los norteamericanos. Lo haría con un impuesto a los más ricos y a Wall Street. Es decir, la acorralada clase media y los pobres, no tienen nada que perder y mucho que ganar, supuestamente.
En medio de este debate, con una ola de gobiernos de derecha que se han acercado al poder en el Viejo Mundo, Donald Trump en la Casa Blanca, y otros parecidos en las casas de gobierno de América Latina y otras zonas del mundo, el primer ministro de Suecia, Stefan Löfven, se sintió obligado a hacer una aclaración importante a finales de la primavera de 2019: “Suecia no es un país socialista, Suecia es un país de economía de mercado”.
La mejor explicación del fenómeno sueco la ofrece Mauricio Rojas, actual ministro de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, en su libro “The Rise and Fall of the Swedish Model” (Ascenso y caída del modelo sueco, Londres, 1998). Rojas era miembro de Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile cuando se produjo el cruento golpe del general Augusto Pinochet en 1973, tras lo cual huyó a Suecia, donde llegó a ser miembro del Parlamento de ese país europeo. Rojas conoce muy bien no solamente Suecia sino todo el cambio hacia la economía de mercado sin abandonar ciertas políticas públicas que hicieron los países escandinavos en la década de los 90, entre ellos Dinamarca, cuando estuvieron al borde de la bancarrota luego de varias décadas de excesivas medidas sociales.
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, considerado un socialista con buenas relaciones con Washington.
A esos jóvenes que abogan por un cambio, también les ha faltado decir que Estados Unidos está flanqueado por gobiernos aliados presididos por dos socialistas: Justin Trudeau en Canadá y Andrés Manuel López Obrador en México. Que por lo menos Canadá es uno de los países más libres del mundo y que su economía de mercado está entre las primeras del planeta. Que el actual secretario general de la OEA, Luis Almagro, se ha convertido en el principal crítico de Cuba y Venezuela. Almagro es un socialista. Que una leyenda chilena llamada Ricardo Lagos, el primer socialista en llegar al poder en la nueva democracia del país suramericano (2000 - 2006), salió del gobierno con niveles de aprobación superiores al 70%, luego de firmar tratados de libre comercio con la Unión Europea, China y Estados Unidos. Es decir, en economía de mercado con un Chile al borde del Primer Mundo.
Les ha faltado decir con suficiente énfasis que las principales potencias industrializadas del mundo democrático como Alemania, Francia, Gran Bretaña y Japón tienen un sistema de sanidad universal como el que ellos quieren implementar en Estados Unidos, y subrayar que esos países ni siquiera son socialistas. Pero en honor a la verdad, no es seguro que los jóvenes que abogan por el socialismo democrático en Estados Unidos, estén enterados de todo lo anterior.
Insisto, este es un debate no apto para fanáticos.
La derecha norteamericana no se queda atrás. La radicalización de ambas fuerzas ha estropeado el panorama político norteamericano en la última década. La fortaleza actual de la economía norteamericana, que se desarrolló activamente luego de tocar fondo con el estallido de la Gran Recesión en 2008, podría no ser suficiente para sostener en el poder a la ola conservadora que tomó por asalto las dos cámaras del Congreso y la Casa Blanca en 2016. Ya no lo fue en noviembre de 2018, cuando los republicanos perdieron la Cámara de Representantes y varios gobiernos estatales, y surgieron figuras impensables en la política de país, como la joven socialista Alexandria Ocasio-Cortez, representante del Bronx y partes de Queens, en Nueva York.
Si bien la economía es el punto principal que guía a los votantes norteamericanos, no hay dudas de que 2018 fue un referendo. Además, hacia la entrada del verano de 2019, los dos precandidatos punteros del Partido Demócrata rumbo a las primarias de ese partido, el ex vicepresidente Joe Biden y el propio Sanders, llevan 10 y nueve puntos, respectivamente, de ventaja sobre Trump en las encuestas. Cierto, en un momento parecido a éste, Hillary Clinton llevaba 17 puntos de ventaja a Trump en 2015.
A la derecha le ha faltado explicar con suficiente claridad que cuando el mundo entero te imita, te compra lo que vendes, ve masivamente tus películas, canta y baila tu música, lee traducciones de tus libros, aprovecha las 10 millones de invenciones e innovaciones que Estados Unidos ha creado entre 1790 y 2017, cuando has ganado la mitad de los premios Nobel de categorías científicas desde 1950, y cuando has situado en la lista de Time Higher Education la mayoría de las dos mil mejores universidades de mundo, 17 de ellas entre las 25 principales, no necesitas socialismo. Necesitas corregir lo que no funciona, como lo has hecho durante los últimos 200 años.
Todo eso necesita explicar la derecha, e inclusive importantes sectores demócratas que no simpatizan con el confuso socialismo que se propone hoy día para Estados Unidos.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos y símbolo de la actual corriente de la derecha en su país.
Muchos críticos de la conducta de Donald Trump explican que no es necesario preocuparse por el socialismo, porque esa ideología no está en poder. Trump sí lo está, y con él, explican, han llegado manifestaciones racistas y supremacistas que no se habían visto en mucho tiempo. Que se ha retrocedido en materia de protección de medio ambiente, que se ha ignorado la peligrosa intromisión rusa en las elecciones de 2016, que Trump se pelea con los aliados y se abraza con los enemigos, e insulta a cualquiera que no esté de acuerdo con él, lo cual representa una conducta inapropiada para un presidente de Estados Unidos. Para muchos, no hay duda alguna de que durante la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016, Trump obstruyó la justicia y eso es delito, aunque no se haya producido una abierta confabulación entre su campaña y los rusos.
El punto es que Donald Trump no es una idea, aunque sus seguidores lo crean así. Con buena suerte —la va a necesitar— podría reelegirse en 2020, pero su presencia en el panorama político estadounidense no irá más allá —con buena suerte— de 2024. El socialismo, o más bien, los socialismos existen como mínimo desde el siglo XIX. Y todavía cautivan a muchas personas, aun en medio de un fracaso tras otro.
Los socialistas exitosos de que hemos hablado, triunfaron porque no destrozaron el aparato descomunalmente productivo que representa la economía de mercado. Esos socialistas tuvieron muy claro que solo es posible tener políticas sociales cuidadosas y sostenibles, con una sólida economía. Se guiaron por los hechos, no por las consignas.
Pero insisto, este es un debate no apto para fanáticos.
(Hernández Cuéllar es director y editor de Contacto Magazine, revista que fundó en julio de 1994 en Los Angeles, California. Desde 1981 ha trabajado en todo tipo de medios: agencias de prensa, diarios, radio, televisión, semanarios, internet, revistas y redes sociales. Fue redactor de la agencia EFE en Cuba, Costa Rica y Estados Unidos, así como editor metropolitano del diario La Opinión de Los Angeles, California, e instructor de periodismo de la Universidad de California en Los Angeles, UCLA).
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